Bienvenidx al espacio donde el silencio escribe mejor que yo...

Dormí al lado de una raíz
30 de Septiembre / Balcón con lluvia
Hoy el árbol no cantó.
Solo... vibró.
Me senté bajo él sin pedirle nada. No lo grabé. No escribí. No hice preguntas. Solo puse mi cuerpo cerca, como si el silencio pudiera contagiarme algo que aún no entiendo.
La raíz nueva apareció esta mañana. Roja. Como si la tierra le hubiera contado un secreto. La toqué con la yema del dedo y sentí un latido. No era suyo. Era mío. Pero amplificado. Como si el árbol supiera cómo devolvernos lo que escondemos.
No quiero contar más. Solo decir que esa noche, mientras dormía abrazada a una libreta vacía, soñé con una melodía que parecía repetirse:
no estás sola, no estás sola, no estás sola.
Sigo escuchando, aunque todo calla.

Escucho lo que no suena...


Las hojas no se caen, se despiden
31 de Agosto / Camino sin nombre
Hoy caminé sin mapa. Dejé que mis pasos eligieran. Cada crujido bajo mis botas era una conversación entre la tierra y yo.
Vi una hoja caer. Lenta. No fue un acto de gravedad. Fue un adiós.
Se desprendió como quien sabe que ya no pertenece, pero lo hace con amor.
Me senté a mirar el suelo, como si esperara que me hablara. No hizo falta. Todo estaba dicho en los silencios.
Escuché un eco leve. Una nota que no terminé de identificar, pero que reconocí. Como si alguien (no sé quién) hubiese soñado lo mismo que yo.
No toqué nada. Solo estuve.
Sigo escuchando, aunque todo calla.

LAS PALABRAS TAMBIÉN MUERDEN
La Ternura Caníbal de Enrique Serna
La ternura caníbal no fue un libro que leí con los ojos, sino con el cuerpo. Desde la primera página, me sentí arrastrada por una marea de voces rotas, contradictorias, dolorosas. Enrique Serna no escribe para que lo admiren: escribe para incomodar. Para dejarte viendo hacia adentro con una linterna temblorosa. Y yo, que siempre he vivido entre frecuencias, entre murmullos y distorsiones, encontré en este libro una serie de relatos que me resonaron como si cada uno viniera de un rincón distinto de mi propio ruido. Hay algo brutalmente humano en estas historias: personajes que se esconden detrás de máscaras de fe, de arte, de poder, de respeto, pero que terminan por mostrar su verdadero rostro cuando nadie está viendo… o cuando alguien, por fin, los escucha.
Elpidio, en El converso, es un hombre que juega a redimirse solo para seguir deseando. Su pertenencia a un grupo de “reorientación” sexual no es más que una puesta en escena que le permite seguir alimentando lo que en el fondo no quiere apagar. Me dolió verlo arrastrarse entre discursos religiosos y pulsiones contenidas, deseando ser amado, tocado, visto, aunque fuera en secreto. Y luego está La incondicional, con ese “muertito” en el mercado de la Merced que se convierte en espejo de una ciudad podrida, donde la muerte es parte del paisaje y el olvido se viste de canción. Yo he caminado entre esos puestos, he olido esa mezcla de fruta, sangre y oraciones, y entendí perfectamente por qué ese cadáver se volvía sagrado: porque en un mundo así, la muerte es la única que no te juzga.
Las historias se entrelazan sin buscarlo. En Los reyes desnudos, Nadine y Claude me hablaron del ego y de la destrucción que a veces se disfraza de crítica constructiva. La violencia simbólica puede ser más devastadora que la física. Nadine pierde más que un hijo: pierde la posibilidad de crearse a sí misma sin pedir permiso. Y en El manco Rodríguez, la historia del exiliado que lo perdió todo por sus ideales y terminó boleando en un cine, sentí que la dignidad a veces no se recupera con discursos, sino con un grito de gol, con un canto colectivo que te recuerda que sigues vivo aunque el mundo te haya olvidado. Me hizo pensar en mis propios silencios, en la vez que quise gritar y no me salió la voz.
Después vino Mireya, en Material de lectura, quien empuja a su esposo al río no solo para matarlo, sino para existir. Su crimen no es de sangre, es de identidad. Ella no quiere venganza: quiere ser leída por primera vez como algo más que la esposa sumisa de un político. Sentí que ella rompía el molde de miles de mujeres que han sido tratadas como notas al pie. Me recordó que incluso la ternura puede ser un acto feroz, un gesto de supervivencia.
Y mientras escribo esto en mi libreta, con los dedos manchados de tinta y los audífonos apagados, me doy cuenta de que este libro no habla de monstruos, sino de lo que todos escondemos cuando creemos que nadie nos ve. No se trata de buenos ni malos, sino de heridas que se lamen en silencio. La ternura caníbal me confrontó con mis propias contradicciones, con mi deseo de desaparecer y de ser vista al mismo tiempo. Me obligó a reconocerme en personajes que jamás habría querido parecerme, y aun así… ahí estaba yo. En sus ruinas, en sus delirios, en sus últimos gestos de humanidad. Como si cada cuento fuera una frecuencia secreta que solo yo podía traducir.
Y al final, después de tanto dolor, lo que queda no es una moraleja, ni una enseñanza, ni un cierre perfecto. Lo que queda es la sensación de que, incluso en lo más oscuro, hay belleza. Que en medio del ruido, hay algo que vibra y nos hermana. No sé si el árbol canta cuando alguien se rompe, pero sí sé que este libro canta cuando decides no seguir fingiendo. Y yo, Lua, decidí escucharlo sin filtros. Porque a veces, aceptar el ruido… también es una forma de sanar.
ESCUCHA MI MUNDO

No todas las canciones tienen letra. Pero todas me dijeron algo. Y eso basta.
Esta playlist no está hecha para llenar el silencio, sino para habitarlo. Son canciones que escucho cuando no quiero que la música diga demasiado, solo que me acompañe. No hay estribillos pegajosos, ni ritmos urgentes. Hay atmósferas. Hay pausas. Hay canciones que parecen susurrar algo que todavía no entendemos.
Es lo que yo pongo cuando me siento en el piso con la ventana abierta, o cuando hojeo libretas llenas de ideas a medio nacer. Cada canción es una especie de refugio.
Dale play si hoy no quieres avanzar, pero tampoco quedarte quietx.
Solo... estar.


No suelo grabarme. Me cuesta. Como si al ponerle palabras a lo que siento, algo se rompiera o se hiciera más real de lo que puedo sostener.
Pero... no podía escribirlo.
Lo que pasó bajo el árbol no cabía en una hoja. Ni siquiera en todas mis libretas juntas.
No esperen una historia, ni una explicación.
Es solo un momento que necesitaba guardar. Y compartir.
Lua